4.- El profesor surco, que deja surco al pasear

 Tardé un poco en darme cuenta, me había convertido en un profesor “surco” y no porque dejara huella en mis alumnos, sino porque iba de un lado de la clase al otro y… vuelta a empezar, paralelo a la pizarra, casi nunca miraba a los que me escuchaban. Hacía surco en el suelo mientras movía los brazos con energía y dictaba sin parar.

 Es mejor evitarlo y mirar a la cara de los alumnos. Ponerse de frente y echar un vistazo a un lado, al otro, a todos. Es una de las reglas para exponer. También hay que huir de la mirada de tenis, de un extremo a otro o la mirada huidiza. ¡Cómo te aguantan la mirada algunos alumnos! Si dejas ese contacto visual rápidamente, has perdido.

 No escondas tampoco las manos cuando hables. Si lo haces, parece que guardas un as en la manga, que les ocultas alguna verdad. Tampoco las metas en los bolsillos. Los actores tienen ese problema, no saben dónde ponerlas. A nosotros nos sucede lo mismo. Nos salvaba la tiza, el borrador o el libro. Ahora, el rotulador, el borrador y el pasador de diapositivas.

 Los cursos de oratoria deberían ser obligatorios en el máster del profesorado, más aún que la teoría sobre cómo se elaborado una programación o una unidad didáctica. Se trata de no aburrir mediante los cambios de entonación, la captatio benevolentiae y otras fórmulas ya olvidadas por desgracia.

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