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El profesor surco, que deja surco al pasear
Tardé
un poco en darme cuenta, me había convertido en un profesor “surco” y no porque
dejara huella en mis alumnos, sino porque iba de un lado de la clase al otro y…
vuelta a empezar, paralelo a la pizarra, casi nunca miraba a los que me
escuchaban. Hacía surco en el suelo mientras movía los brazos con energía y
dictaba sin parar.
Es
mejor evitarlo y mirar a la cara de los alumnos. Ponerse de frente y echar un
vistazo a un lado, al otro, a todos. Es una de las reglas para exponer. También
hay que huir de la mirada de tenis, de un extremo a otro o la mirada huidiza. ¡Cómo
te aguantan la mirada algunos alumnos! Si dejas ese contacto visual
rápidamente, has perdido.
No
escondas tampoco las manos cuando hables. Si lo haces, parece que guardas un as
en la manga, que les ocultas alguna verdad. Tampoco las metas en los bolsillos.
Los actores tienen ese problema, no saben dónde ponerlas. A nosotros nos sucede
lo mismo. Nos salvaba la tiza, el borrador o el libro. Ahora, el rotulador, el
borrador y el pasador de diapositivas.
Los
cursos de oratoria deberían ser obligatorios en el máster del profesorado, más
aún que la teoría sobre cómo se elaborado una programación o una unidad
didáctica. Se trata de no aburrir mediante los cambios de entonación, la
captatio benevolentiae y otras fórmulas ya olvidadas por desgracia.
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