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Ahí va un error, para empezar
“Lo peor no es cometer un
error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso
providencial de nuestra ligereza o ignorancia” Santiago
Ramón y Cajal.
Llevaba
pocos años y puede servir de excusa. Daba griego y la verdad es que, cuando
pienso en esta época, me viene la imagen de un desierto enorme que se va
atravesando sin mucho más que ver que el paso de los días con alguna esperanza
de encontrar algo más. Se comienza con mucho ánimo, pero después viene la
monotonía que te va metiendo en ese arenal del cual hay que huir. Además, se
mezcla con las noches de “bohemia” repletas de lloros de niños recién nacidos.
Mi segunda hija solamente dormía cuando íbamos al médico en busca de remedio para
ese insomnio por el que ninguno pegábamos ojo. Nada más salir de la consulta,
comenzaba de nuevo el llanto. Otra buena excusa para navegar por la neblina de
cada jornada. Mi mujer y yo hacíamos guardias de dos horas cada uno. Me tocaba
estar despierto de dos a cuatro y de seis a ocho de la mañana escuchando aquel
canto ensordecedor.
De
esta forma, llegó a mí, por segundo año, un buen alumno que destacaba por su
trabajo y saber hacer. Su hermano también estuvo conmigo. Conocía a la familia
más o menos y todos tenían una gran inteligencia. Así lo demostró el primer año
en tercero de BUP. Llegó COU, cuando uno se la juega y todo cambió. Dejó de
trabajar y las horas se le pasaban con aire melancólico mientras miraba los
pájaros por la ventana. Detrás de sus gafas debía haber de todo, rondando por
su cabeza.
Yo
me acercaba y cuando uno exhorta, más que pregunta, piensa que en sus discursos
de charla animadora está la solución. Estas palabras fueron subiendo el tono
para moverle a coger el boli y traducir. No había manera. Me miraba desde abajo,
con ojos profundos. Me frustré y comenzaron los “no vas a aprobar y vas a
perder todo el año. Es incomprensible que hagas esto. Con lo buen alumno que
eras”.
Este
no fue mi único error. Fue peor que no le preguntara ni a él, ni a su tutor qué
le pasaba. Por eso los padres me pidieron cita, dadas las circunstancias y mis
arengas sin sentido. El chico estaba un poco “depre”. Había que dejarle y
esperar que los que saben hicieran su trabajo. El mío no servía para nada.
Más
vale preguntar al tutor o incluso al alumno, sobre todo a solas, sin compañeros,
que aventurarse a pedir resultados a alguien que pasa un mal momento. Hay que
ser prudente, aunque te dé rabia que un gran alumno deje de tener las notas
esperables. Como se ve, nadie sabe muy bien hasta que no se equivoca.
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