2.- Ahí va un error, para empezar

“Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia” Santiago Ramón y Cajal.

 

Llevaba pocos años y puede servir de excusa. Daba griego y la verdad es que, cuando pienso en esta época, me viene la imagen de un desierto enorme que se va atravesando sin mucho más que ver que el paso de los días con alguna esperanza de encontrar algo más. Se comienza con mucho ánimo, pero después viene la monotonía que te va metiendo en ese arenal del cual hay que huir. Además, se mezcla con las noches de “bohemia” repletas de lloros de niños recién nacidos. Mi segunda hija solamente dormía cuando íbamos al médico en busca de remedio para ese insomnio por el que ninguno pegábamos ojo. Nada más salir de la consulta, comenzaba de nuevo el llanto. Otra buena excusa para navegar por la neblina de cada jornada. Mi mujer y yo hacíamos guardias de dos horas cada uno. Me tocaba estar despierto de dos a cuatro y de seis a ocho de la mañana escuchando aquel canto ensordecedor.

 

De esta forma, llegó a mí, por segundo año, un buen alumno que destacaba por su trabajo y saber hacer. Su hermano también estuvo conmigo. Conocía a la familia más o menos y todos tenían una gran inteligencia. Así lo demostró el primer año en tercero de BUP. Llegó COU, cuando uno se la juega y todo cambió. Dejó de trabajar y las horas se le pasaban con aire melancólico mientras miraba los pájaros por la ventana. Detrás de sus gafas debía haber de todo, rondando por su cabeza.

 

Yo me acercaba y cuando uno exhorta, más que pregunta, piensa que en sus discursos de charla animadora está la solución. Estas palabras fueron subiendo el tono para moverle a coger el boli y traducir. No había manera. Me miraba desde abajo, con ojos profundos. Me frustré y comenzaron los “no vas a aprobar y vas a perder todo el año. Es incomprensible que hagas esto. Con lo buen alumno que eras”.

 

Este no fue mi único error. Fue peor que no le preguntara ni a él, ni a su tutor qué le pasaba. Por eso los padres me pidieron cita, dadas las circunstancias y mis arengas sin sentido. El chico estaba un poco “depre”. Había que dejarle y esperar que los que saben hicieran su trabajo. El mío no servía para nada.

 

Más vale preguntar al tutor o incluso al alumno, sobre todo a solas, sin compañeros, que aventurarse a pedir resultados a alguien que pasa un mal momento. Hay que ser prudente, aunque te dé rabia que un gran alumno deje de tener las notas esperables. Como se ve, nadie sabe muy bien hasta que no se equivoca.

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