1ª PARTE


1.- Mi primera experiencia de profesor (sin serlo).

“Las lecciones del mundo están escritas en un idioma del que no se puede traducir nada; el de la experiencia. El inexperto las sabe de memoria, pero no las entiende” Leopoldo Alas Clarín.

 

Mi primera experiencia de profesor fue como alumno. Allí estaba yo, recién llegado a un nuevo instituto y caí en manos de A. T. Me daba literatura como profesor en prácticas y ni siquiera estaba licenciado. Era un joven becario muy dinámico, con gran sentido del humor. Además, lo contagiaba. Los alumnos nos organizábamos como siempre. Éramos un conjunto de personas que se agrupaba por aficiones, conocimientos previos, experiencias similares o barrios. De ese círculo cerrado nadie solía asomarse a otro, pues tenía lo que necesitaba en el que estaba. Solía haber “versos sueltos”, alumnos que no caen ni bien ni mal, que luego nadie recuerda, pues su voz no asoma casi nunca. Ni el profesor le pregunta, ni los demás le conocen. Pasan inadvertidos, como si no tuvieran ningún valor.

 

Y ahí entró A. T. Me asombró lo bien que hablaba de uno de estos solitarios que no llamaba la atención. Decía cosas de él como si fuera alguien especial. Para mí, solo destacaba por su voz apagada, casi inaudible, y porque era el último de la clase debido a su apellido. Matías Z. A mí me recordaba a ese apóstol que llegó tarde para sustituir a Judas Iscariote, porque le tocó. “La suerte recayó en Matías” dice el evangelio. Tenía poco pelo, fino y rizado y vestía fuera de cualquier modelo juvenil, con camisa de botones y manga larga. Zapatos de vestir y pantalones de tergal, como un padre.

 

La curiosidad pudo más que el movimiento de grupo y comencé a buscarle. Era fácil, vivía al lado de mi casa. Detrás de esa voz suave y cálida había una gran persona que tenía un padre muy distinto a él. Este hablaba con gran energía y quizás de ahí la candidez de su hijo. Fue un descubrimiento que me llevó a abrirme a otras personas, pues caí en la cuenta de cada una lleva un mundo dentro, insustituible. Siempre he pensado que cuando alguien muere, acaba una novela espléndida que nadie leerá o recordará jamás sino a trozos y retazos, aquellos momentos en los que coincidieron con otro relato vital y que se cruzaron durante un tiempo.

 

Matías estudió Química y después encontró un trabajo como portero en un buen barrio de Madrid. Allí está feliz, pues no necesita mucho más para serlo.

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